Una
noche de luna llena, en las islas Cíes, exactamente en la playa del Inglés,
¡sí, en la ría de Vigo!
Cientos
de cangrejos hembra frotaron sus barriguitas contra la fina arena blanca, y millones y millones de huevecitos de
cangrejo comenzaron la aventura de la vida.
Pero...
lubinas, mújeles y más peces empezaron su festín gastronómico y rápidamente
nadando en todas las direcciones devoraban a los recién nacidos.
Pinzas fue
afortunado, se dejó llevar por una ola, como surfeando, acompañado de
miles de compañeros...
Se introdujo en la
ría de Pontevedra, y allí por primera vez tocó el fondo, donde también lo
acosaban muchos peligros.
Rápidamente se escondió dentro de una concha y pudo ver
amanecer. Vió el sol por primera vez y sintió su calor. Sus rayos penetraban en
el agua iluminándola de un precioso azul celeste.
Se
refugió durante unos días mientras comía placton, y su concha se endurecía; ya
no era tan frágil, pero sí muy pequeño para aventurarse en el mar.
Decidió
pasar un tiempo en una charca de Cabo Home y se hizo amigo de una banda de
camarones. ¡Esos sí que caminan hacia atrás, no como él, que lo hacía de lado!
Un
erizo gruñón siempre jugaba a : “erizo, agárrame, anda”, y los dos se reían.
En
la charca dos estrellas muy presumidas le decían: te estás haciendo un
mozalbete!
A
una de ellas se le estaba reproduciendo una patita. ¡Ellas tenían esa suerte!
Un
día le comentaron que los cangrejos tenían esa cualidad, ¡pero él prefería no
arriesgarse! Sus dos patas traseras le servían para nadar, las seis del medio
era con las que caminaba, y sus dos pinzas, una para defenderse y la otra para
comer. Él las cuidaba cada día.
Cuando
se sintió fuerte, se despidió de sus
amigos y comenzó un viaje...
La
ría era preciosa, a veces iba caminando y otras veces se dejaba mecer por la
corriente y avanzar más rápido.
Vió
un viejo barco hundido y decidió pasar la noche allí.
A
la mañana siguiente se puso un poco triste: latas, botellas y un sinfín de
basura estaba esparramada por el fondo y no podía entender cómo alguien podía
hacer algo así.
Una
tarde, fatigado del viaje, llegó a una isla y se cobijó bajo una roca para
pasar la noche. Al poco rato pasó un congrio y le preguntó:
-señor,
¿me podría decir dónde estamos?
-estás
en la isla de Ons, jovencito. Yo que tú tendría cuidado, ¡aquí están los
mejores pulpos del mundo, y les encanta cenar cangrejo!
-muchas
gracias, señor, muchas gracias...
Se
protegió adentrándose más en la roca y esa noche no pudo dormir, vió cómo los
pulpos se mimetizaban con el fondo y se lanzaban rápidamente sobre nécoras y centollas.
Al
amanecer decidió marcharse, llegó a una
playa inmensa, se acercó a la orilla y se dio cuenta de que podía vivir fuera
del agua. Se puso a contar las estrellas, ¡nunca las había visto!, pero eran
tantas que se quedó dormido.
Por
la mañana se dirigió a la orilla y a los
pocos minutos se tropezó con un calamar.
-¿qué
haces por aquí,chaval? ¿Qué se te perdió por La Lanzada?
-estoy
viendo mundo
-¿mundo?
Si quieres conocer mundo sigue todo recto y al final vira a babor, allí sí que
verás mundo! Conocer mundo, dice...!qué sabrán lo que es el mundo!
Y
se fue majestuosamente.
Pinzas
le hizo caso y prosiguió su viaje, en cuanto viró a babor se encontró con unas
cuerdas abarrotadas de mejillones. Hacia allí se dirigió y les preguntó:
-¿qué
es eso, señor?
-Esto
es una batea, hijo, la cárcel de los mejillones. Aquí nos engordan y cuando
izan la cuerdan nos comen, así es la vida...
-señor,
y si sigo por ahí, ¿a dónde llego?
-te
tropiezas con la isla de la Toja, fillo, eso sí que es un paraíso! Suerte la
tuya que puedes viajar!
-adiós,
señor, y gracias.
-adiós,
pequeño.
Al
día siguiente, Pinzas llegó a La Toja y se hizo amigo de un montón de cangrejos
y camarones. También de los simpáticos caramujos. Decidió afincarse allí.
Una
tarde un niño y una niña lo cogieron con una red y lo metieron en un cubo. Un
anciano marinero del Grove los llamó:
-¡
nenos ! mirad, esto es una almeja y estos dos son berberechos. En el invierno
las mariscadoras los cultivan muchas veces bajo la lluvia y con un frío
intenso; si cada uno de los miles de turistas cogiese una, ellas se morirían de
hambre.
-¿y
con el cangrejo qué hacemos?
-yo
lo soltaría, ¿no veis que es muy pequeñito?
Así
lo hicieron.
Corriendo
gritaban:
-¡papá,
mamá, hemos soltado a los bichitos, porque ese señor nos dijo...
Pinzas
aprovechó el momento y se adentró en el agua.
Hace
poco me dijeron que lo vieron por Samil.
Pinzas
volvió a casa.